Gracias, Heike, fuiste la que me metió en el mundillo, y la que me ha animado ahora a seguir.
Que sepas, Heike, que voy a tener que beber algo más que un gran vaso de agua para escribir este post.
Yo conocí a Heike algo antes de que ella se conviertiera en albóndiga. Una mañana resacosa en una playa de Santoña, por Sa tenia que empezar. Pero no la presté mucha atención, para que vamos a engañarnos.
Pero poco tiempo después algunas cosas cambiaron y ella se convirtió en albóndiga y yo la miraba desde lejos. Como con miedo. No es nada fácil ver que de repente alguien se convierte en albóndiga. Pero poco a poco fue superando pequeñas pruebas, y es que ella era muy grande. Fue capaz poner buena cara y sonreir (aunque por dentro se acordara de todos los difuntos de mi familia) cuando la invité a un bonito paseo por acantilados. Ella en tacones finos.
Fue todo un chasco cuando no quiso hacer un Equipo conmigo. Pero me encantó que lo hiciera con Manuel y con Lavero. Que le vamos a hacer. Me compensó cuando se hizo mi medio melliza. Y si quedaba algún recelo lo eliminó la noche que perdí mi voz, y ella se conviertió en mi post-it gigante.
Cuando nos pareció que estaba preparada la llevamos a Sa (el Sa de todos los Sas). Allí demostró todo lo que vale. Fue genial tenerla allí. Bebimos. Bailamos. Todo. No quedó nada por beber. Ni nada por bailar. Después de que ella fuera por allí hemos eliminado nuestras dudas por introducir forasteros en Sa.
Si Heike no hubiera entrado en mi vida yo no habría aprendido a hacer pollo al curry. Ni ella tiramisú. Y es que juntarnos para el comercio y para el bebercio era uno de nuestros pasatiempos favoritos.
Heike no entendió que yo, en una ataque de enajenación mental, hiciera una locura muy poco propia de mí. Pero tampoco me juzgó. No se si ella sabe que yo tampoco la juzgué a ella.
Luego ella se fue a la Capi. Y pasarón muchas cosas. Cosas divertidas. Y otras no tanto. Pero a ella Madrid la adora. Y a mí... Bueno digamos que Madrid no empieza por Sa.
Ultimamente no nos vemos nunca. Pero yo le sigo la pista. Y ella a mi también. De todos modos como somos medio mellizas tenemos una especie de conexión cósmica. Sabemos que estamos bien. O por lo menos que estamos.
Quizá la próxima vez que vaya a la Capi te llame. Pero solo quizá. Tendría que beber mucho mas que un gran vaso de agua para llamarte.
Que sepas, Heike, que voy a tener que beber algo más que un gran vaso de agua para escribir este post.
Yo conocí a Heike algo antes de que ella se conviertiera en albóndiga. Una mañana resacosa en una playa de Santoña, por Sa tenia que empezar. Pero no la presté mucha atención, para que vamos a engañarnos.
Pero poco tiempo después algunas cosas cambiaron y ella se convirtió en albóndiga y yo la miraba desde lejos. Como con miedo. No es nada fácil ver que de repente alguien se convierte en albóndiga. Pero poco a poco fue superando pequeñas pruebas, y es que ella era muy grande. Fue capaz poner buena cara y sonreir (aunque por dentro se acordara de todos los difuntos de mi familia) cuando la invité a un bonito paseo por acantilados. Ella en tacones finos.
Fue todo un chasco cuando no quiso hacer un Equipo conmigo. Pero me encantó que lo hiciera con Manuel y con Lavero. Que le vamos a hacer. Me compensó cuando se hizo mi medio melliza. Y si quedaba algún recelo lo eliminó la noche que perdí mi voz, y ella se conviertió en mi post-it gigante.
Cuando nos pareció que estaba preparada la llevamos a Sa (el Sa de todos los Sas). Allí demostró todo lo que vale. Fue genial tenerla allí. Bebimos. Bailamos. Todo. No quedó nada por beber. Ni nada por bailar. Después de que ella fuera por allí hemos eliminado nuestras dudas por introducir forasteros en Sa.
Si Heike no hubiera entrado en mi vida yo no habría aprendido a hacer pollo al curry. Ni ella tiramisú. Y es que juntarnos para el comercio y para el bebercio era uno de nuestros pasatiempos favoritos.
Heike no entendió que yo, en una ataque de enajenación mental, hiciera una locura muy poco propia de mí. Pero tampoco me juzgó. No se si ella sabe que yo tampoco la juzgué a ella.
Luego ella se fue a la Capi. Y pasarón muchas cosas. Cosas divertidas. Y otras no tanto. Pero a ella Madrid la adora. Y a mí... Bueno digamos que Madrid no empieza por Sa.
Ultimamente no nos vemos nunca. Pero yo le sigo la pista. Y ella a mi también. De todos modos como somos medio mellizas tenemos una especie de conexión cósmica. Sabemos que estamos bien. O por lo menos que estamos.
Quizá la próxima vez que vaya a la Capi te llame. Pero solo quizá. Tendría que beber mucho mas que un gran vaso de agua para llamarte.